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Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Juan David Betancur Fernandez
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
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5 de 728
  • 709. Lara la Sirena del Amazonas (Leyenda)
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez en lo más profundo del Amazonas una joven llamada Lara. Era la mejor guerrera de su tribu: veloz como el jaguar, precisa como el colibrí, silenciosa como la sombra de un árbol. Su padre, el gran chamán, la admiraba más que a nadie, y eso despertó la envidia de sus hermanos quienes no entendían como ella podía ser la favorita si no era tan ágil como ellos.Una noche, cuando la selva dormía y los espíritus de las hojas danzaban entre los arboles de la selva, sus hermanos se reunieron fuera de el bohío donde ella dormía y con gran sigilo entraron  con cuchillos en sus manos. Pero Lara tenía el oído fino como el de un búho.  Y en un instante se despertó y se dispuso a enfrentarlos. Su padre le había ensenado a defenderse y a luchar contra cualquiera y finalmente después de mucho esfuerzo pudo derrotar a cada uno de sus hermanos. Sin embargo sabía que su padre no estaría de acuerdo de que hubiera matado a todos y cada uno de sus posibles descendientes. Temiendo el juicio de su padre y el dolor de su tribu, huyó. Su padre había organizado una caceria para poderla castigar pero no la podían encontrar. Lara Corrió por la selva durante días, hasta que llegó al lugar donde el Río Negro se encuentra con el Solimões, donde las aguas no se mezclan, como si guardaran secretos distintos y allí Lara se dio cuenta que no podría cruzar el rio debido a que este estaba muy caudaloso. Su padre, herido por la pérdida y la vergüenza, convocó a los espíritus del agua cuando le informaron que su hija estaba atrapada entre los río. Cuando llego alli no hubo juicio ni palabras. Solo un gesto: Ordeno que la arrojaran al rio allí mismo justo en el punto donde los dos gigantes ríos se miran sin tocarse.Pero el Amazonas no castiga sin transformar. En aquel momento y oculta a los ojos de su padre que la daba por muerta, Los peces la rodearon, la elevaron, y bajo la luz de la Luna llena, los dioses acuáticos la tocaron con sus cantos. Lara se convirtió en una sirena, de cabello negro como la noche sin estrellas, ojos oscuros como la profundidad del río, y una  voz que podía romper el corazón de un jaguar cuando cantaba de dolor.Desde entonces, Lara vive en una fuente escondida en medio del bosque, donde el agua canta y las hojas tiemblan. En noches de luna, su canto se eleva como humo sagrado. Nadie entiende sus palabras, porque canta en la lengua de los peces, de los árboles, y  de los que ya no caminan sobre la tierra.Dicen que su voz es tan bella, tan triste y tan dulce, que los hombres que la escuchan mueren de amor. Y cuando algún insensato es atrapado por la voz melodiosa pierde el juicio hasta el extremo que puede ser arrastrado  al fondo del lago, donde Lara lo transforma en sirenos, La versión masculina de una sirena.. Se dice que Lara lo envuelve en su cabello para pierda la razon y que luego lo acariciara por tres días transformanolo en un ser servil que luego poseera carnalmente para finalmente dejarlo partir de regreso a la superficie. Pero ahí comienza el mayor dolor porque los hombres de regreso a la civilización , ya no pueden vivir sin ella… y mueren con el corazón destrozado y la mente perdida.Otros mitos dicen que Lara tiene un palacio de cristal bajo el río, donde los marineros desaparecen. Allí, entre corales y raíces, ella los recibe como amantes. Su piel morena brilla como el sol sobre el agua, y sus ojos verdes guardan la memoria de los que se han ido.Todos las tribus del borde del amazonas tienen una advertencia para los jóvenes que se aventuran más allá de los predios de sus aldeas. Les dicen que si caminan cerca del
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  • 708. El Rabí y la Rosa
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez un sabio Rabí que vivía en una ciudad de piedra dorada por el sol del mediterraneo, donde las sinagogas cantaban al amanecer y los muros guardaban siglos de plegarias, Este rabi llamado Eliezer era   ya casi centenario. y todos lo conocían por su devoción incansable al estudio de la Ley de dios y por algo extraño. Nunca sonreía.No había día ni noche para él. Solo páginas, letras, silencios y preguntas. Su mesa estaba siempre encendida con una lámpara de aceite, y sobre ella se apilaban volúmenes antiguos, algunos escritos por sus propios maestros, otros por sabios que ya eran polvo.Eliezer no temía a la muerte. Pero tampoco la invitaba. Decía:—Mientras haya un versículo que no comprenda del todo, no puedo partir. Mi destino esta ligado al conocimiento y solo podre pasar a otra vida cuando todo se sepa. Y así, la muerte lo esperaba. Año tras año ella lo miraba pasar por entre los umbrales, a la vuelta de las esquinas, en las historias de otros que habían partido. Pero el rabí seguía leyendo, escribiendo y  preguntando por el conocimiento.Cada tarde, su nieta Miriam, una niña de ocho años con trenzas oscuras y voz dulce, venía a visitarlo. Le traía pan fresco, agua con miel, y a veces flores del jardín. El rabí la recibía con ternura, pero nunca dejaba de leer, ella era el mayor consuelo para su larga vida.—¿Puedo sentarme contigo, abuelo?—Claro, pequeña. Pero no hagas ruido. Las letras escuchan y los libros pueden ofenderse.Miriam lo observaba como se observa a un árbol antiguo: con respeto, con curiosidad, con amor.Una tarde, mientras Miriam recogía flores en el jardín, vio algo que nunca había visto antes: una rosa perfecta, de pétalos rojos como vino, con un perfume que parecía saltar hacia el firmamento. La flor no estaba allí el día anterior. Había brotado sola, en medio de una piedra y eso la hacia más maravillosa.Lo que Miriam no sabía era que la muerte, cansada de esperar, había decidido disfrazarse. Se convirtió en esa rosa, suave, irresistible, y esperó a que la niña la llevara al rabí.—¡Abuelo! —dijo Miriam al entrar—. Hoy te traigo algo especial. Una rosa que huele como el cielo.Eliezer levantó la vista. Sus ojos, cansados pero brillantes, se posaron en la flor. Realmente era un flor extraordinaria, tenía un color rojo como el más oscuro de los rubies y cada una de sus pétalos tenía un terminar de color negro.  La tomó con manos temblorosas, ciertamente su belleza era cautivadora pero su perfume era más atractivo aún, Invitaba a ser experimentado y guardado en la memoria. Así que  la acercó a su rostro lentamente … y aspiró.El perfume lo envolvió. No era solo aroma: era memoria, era descanso, era eternidad. En ese instante, el rabí vio todo lo que había leído, todo lo que había preguntado, todo lo que había amado. Vio a sus maestros, a sus padres, a los versículos que aún no comprendía… y los entendió. Todo el conocimiento que había explorado y había tratado de encontrar estaba allí en un solo segundo. Y todo su cuerpo y su alma se hicieron una . Y finalmente Sonrió. Cerró los ojos. Y se inclinó hacia atrás, como una hoja que cae sin ruido.Miriam no lloró de inmediato. El silencio era tan profundo que parecía sagrado. El aire estaba lleno del perfume de la rosa, que ya no era una flor sino un brillo de eternidad. Los sabios del pueblo dijeron que el rabí había partido en paz, llevado por la belleza, por la inocencia, por el gesto más puro. Y que su alma había ascendido envuelta en letras doradas, como un pergamino que se enrolla hacia el cielo.Dese aquellos dias su nieta Miriam, cada
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  • 707. La ratoncita Niña (Infantil)
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez en la india  un sabio brahmán que paseaba tranquilo cerca de una fuente. El sol brillaba, los pájaros cantaban, y el agua hacía música al caer. De pronto, vio un cuervo dando vueltas alrededor de una roca. El sabio se acercó a la roca y allí escondido y temeroso estaba un: ratoncitoEl brahmán lo recogió con cuidado, lo llevó a su casa y pensó:—Este ratón ha llegado a mí por algo especial.Entonces, pidió a los dioses que lo transformaran en una niña. Y como los dioses escuchan los corazones buenos… ¡el ratón se convirtió en una niña hermosa y alegre!El brahmán la crió como su hija. Le enseñó cuentos, canciones, y a mirar las estrellas. Pasaron los años, y cuando la niña creció, el brahmán le dijo:—Hija mía, ha llegado el momento de buscarte un esposo. Puedes elegir a quien tú quieras, de toda la Naturaleza.La niña pensó y dijo:—Quiero casarme con alguien tan fuerte que nadie pueda vencerlo.—¡Entonces debe ser el Sol! —dijo el brahmán.Y fue a hablar con el Sol:—¿Quieres casarte con mi hija?Pero el Sol respondió:—Yo soy fuerte, sí… pero la nube me tapa. Ella me vence.El brahmán fue a la nube:—¿Quieres casarte con mi hija?La nube dijo:—El viento me empuja donde quiere. Él es más fuerte.El brahmán fue al viento:—¿Quieres casarte con mi hija?El viento respondió:—La montaña me detiene. No puedo pasar. Ella me vence.El brahmán fue a la montaña:—¿Quieres casarte con mi hija?La montaña dijo:—El ratón me hace agujeros y vive dentro de mí. Él es más fuerte.Entonces el brahmán buscó un ratón. Lo encontró en el campo, y el ratón dijo:—¡Claro que quiero casarme! Hace tiempo que busco una compañera.El brahmán volvió a casa y preguntó a su hija:—¿Quieres casarte con el ratón, que vence a la montaña, que detiene al viento, que empuja a la nube, que tapa al sol?La niña sonrió y dijo:—Sí. Él es el más fuerte.Y entonces el brahmán pensó:—¿Para qué la convertí en niña, si su destino era ser ratón?Pidió a los dioses que la devolvieran a su forma original. Y así fue: la niña volvió a ser ratoncita, y se casó feliz con su igual. 
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  • 706. Freida
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez una mujer llamada Freida que  tenía unos ojos que no eran de este mundo. Sus ojos eran verdes pero no ese verde común que puede tener una bella mujer. No. Eran como los de los gatos: intensos, profundos, con ese brillo misterioso que parecía encenderse cuando caía la noche y que es tan característico en los felinos. Y no era metáfora. Literalmente, brillaban. Tenían una fluorescencia  como si llevaran dentro dos luciérnagas inquietas.Su pareja, un hombre tranquilo y algo distraído, se había acostumbrado a esa rareza con una naturalidad sorprendente. Incluso Le parecían útiles En vez de encender la luz para ver la hora, miraba los ojos de Freida. Y si el insomnio lo atacaba, solo decía:—Freida, mi amor, ¿me enfocás los ojitos al libro?Ella, sin decir palabra, giraba la cabeza y lo iluminaba como si fuera una lámpara de lectura. Era una escena tan cotidiana como mágica.Pero Freida no solo tenía ojos de gato. Tenía alma de gato. Le encantaba echarse el borde mismo de la chimenea, donde el calor le envolvía el cuerpo como una manta invisible. Se quedaba ahí horas, inmóvil, con la mirada fija en algún punto que nadie más podía ver. El pescado la volvía loca. Lo olía desde la cocina, desde la calle, desde el mercado. Y cuando se molestaba, ¡ay!, soltaba unos arañazos que dejaban marcas por días.Aun así, él la adoraba. Porque Freida tenía algo que lo hipnotizaba. Era como vivir con un misterio envuelto en piel suave.Pero había algo que no podía perdonarle.Cada enero, cuando el frío se colaba por las rendijas y la luna se alzaba redonda y blanca, Freida se levantaba en plena madrugada. Sin hacer ruido, se escabullía por la ventana y trepaba al tejado. Allí, bajo la luz lunar, caminaba descalza, con los ojos brillando como dos faros verdes. Paseaba como si estuviera en su reino, como si la ciudad dormida fuera su territorio.Él la observaba desde abajo, temblando de frío y de inquietud. Nunca entendía qué buscaba allá arriba. ¿Era nostalgia? ¿Instinto? ¿Locura?Una noche, decidió seguirla. Se puso un abrigo, subió con cuidado por la escalera del patio y llegó al tejado. Freida estaba allí, de espaldas, mirando la luna. Sus ojos brillaban más que nunca.—Freida… —susurró él.Ella se giró lentamente. Y entonces lo vio.No eran solo sus ojos. Su rostro había cambiado. Tenía rasgos más afilados, la piel más pálida, y una expresión que no era humana. En ese momento, él entendió que Freida no era una mujer con alma de gato.Era un gato que había aprendido a ser mujer.Y justo cuando iba a decir algo, Freida dio un salto elegante, silencioso, y desapareció entre los tejados. Nunca volvió.Solo quedó el recuerdo de sus ojos verdes, que a veces, en noches de luna llena, se ven brillar entre las sombras del tejado.y algunas veces siente una presencia silenciosa y delicada caminando por el tejado de su casaPero un día decidido subio al tejado y mientras contemplaba desde allí las luces de la ciudad sintió algo rozarle la pierna. Era un gato. Pequeño, de pelaje gris plateado, con unos ojos verdes que brillaban como los de Freida.El gato lo miró, se acercó, y se acurrucó en su regazo.Él lo acarició con ternura, y en ese instante, lo supo.Freida no se había ido. Solo había vuelto a su forma original. Y aunque ya no podía hablarle, ni iluminarle los libros, ni dormir a su lado como antes… estaba allí. Con él. En silencio. En forma de amor que no necesita palabras.  
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  • 705. La mosca
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected] una vez un hombre que con aspecto cansado y mirada distraída se sentaba en el patio trasero de su casa. El hombre de edad adulta ya se movia lento y algunas veces sentía que algunas de sus fuerzas ya no eran lo que había sido anteriormente. Aquella tarde soleada la veía como apropiada para leer un libro. Abriendo el libro se dispuso a comenzar su lectura pero una mosca comenzó a molestarlo. La mosca le zumbaba cerca de su oído causándole mucha molestia. Con su mano trato de ahuyentarla pero la mosca simplemente se poso en su brazo, el hombre trato de atraparla con su otro brazo pero la mosca volaba y le seguía dando vueltas a su cabeza. Por mucho que el hombre trataba de salir de ella, la mosca siempre retornaba a su alrededor. Siempre volvía. Al principio la trato como a cualquier insecto molesto, pero a medida que la observaba algo en su vuelo le parecio distinto. Su movimiento no era erratico o torpe. El vuelo era muy coordinado y deliberado. Se podría decir que era preciso como si la mosca lo estuviera examinando y estudiando. Extranado trato de espantarla con más fuerza utilizando para ello el libro que sostenia en su mano. Pero la mosca era muy ágil y nunca se dejo atrapar. Frustrado el hombre se paro de su silla y trato de capturarla saltando hacia donde la mosca estaba volando pero ella simplemente volo más alto y desde allí se dirigió al borde del patio. El hombre vio como la mosca finalmente se posaba sobre algo que el inicialmente no distinguia. Curioso se acercó hasta ese lugar y allí lo reconoció La mosca estaba sobre el cuerpo sin vida de un pequeño ratón. Allí había otras moscas pero esta en particular lo observaba fijamente a el.La mosca lo estaba mirando. Con sus ojos de multiples facetas. El hombre sintió que la mosca comenzaba a comunicarse con el y sintió una voz en su mente. Era la voz de la mosca que le decía. Aquí estaré. Aquí esperare no te preocupes. El hombre tenso su cuerpo y dijo dirigiéndose a la mosca. Esperaras a que.. Ya sabes sucederá pronto no tengo ningun afan. Sintió la mosca diciendole. El hombre  perturbado no quiso insistir, porque en el fondo había entendido. Lo supo con una certeza que le helaba la sangre.Ella simplemente esperaba que sucediera y ellas siempre saben cuando va a suceder. 
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    3:41

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Acerca de Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

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