708. El Rabí y la Rosa
Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur
[email protected]ía una vez un sabio Rabí que vivía en una ciudad de piedra dorada por el sol del mediterraneo, donde las sinagogas cantaban al amanecer y los muros guardaban siglos de plegarias, Este rabi llamado Eliezer era ya casi centenario. y todos lo conocían por su devoción incansable al estudio de la Ley de dios y por algo extraño. Nunca sonreía.No había día ni noche para él. Solo páginas, letras, silencios y preguntas. Su mesa estaba siempre encendida con una lámpara de aceite, y sobre ella se apilaban volúmenes antiguos, algunos escritos por sus propios maestros, otros por sabios que ya eran polvo.Eliezer no temía a la muerte. Pero tampoco la invitaba. Decía:—Mientras haya un versículo que no comprenda del todo, no puedo partir. Mi destino esta ligado al conocimiento y solo podre pasar a otra vida cuando todo se sepa. Y así, la muerte lo esperaba. Año tras año ella lo miraba pasar por entre los umbrales, a la vuelta de las esquinas, en las historias de otros que habían partido. Pero el rabí seguía leyendo, escribiendo y preguntando por el conocimiento.Cada tarde, su nieta Miriam, una niña de ocho años con trenzas oscuras y voz dulce, venía a visitarlo. Le traía pan fresco, agua con miel, y a veces flores del jardín. El rabí la recibía con ternura, pero nunca dejaba de leer, ella era el mayor consuelo para su larga vida.—¿Puedo sentarme contigo, abuelo?—Claro, pequeña. Pero no hagas ruido. Las letras escuchan y los libros pueden ofenderse.Miriam lo observaba como se observa a un árbol antiguo: con respeto, con curiosidad, con amor.Una tarde, mientras Miriam recogía flores en el jardín, vio algo que nunca había visto antes: una rosa perfecta, de pétalos rojos como vino, con un perfume que parecía saltar hacia el firmamento. La flor no estaba allí el día anterior. Había brotado sola, en medio de una piedra y eso la hacia más maravillosa.Lo que Miriam no sabía era que la muerte, cansada de esperar, había decidido disfrazarse. Se convirtió en esa rosa, suave, irresistible, y esperó a que la niña la llevara al rabí.—¡Abuelo! —dijo Miriam al entrar—. Hoy te traigo algo especial. Una rosa que huele como el cielo.Eliezer levantó la vista. Sus ojos, cansados pero brillantes, se posaron en la flor. Realmente era un flor extraordinaria, tenía un color rojo como el más oscuro de los rubies y cada una de sus pétalos tenía un terminar de color negro. La tomó con manos temblorosas, ciertamente su belleza era cautivadora pero su perfume era más atractivo aún, Invitaba a ser experimentado y guardado en la memoria. Así que la acercó a su rostro lentamente … y aspiró.El perfume lo envolvió. No era solo aroma: era memoria, era descanso, era eternidad. En ese instante, el rabí vio todo lo que había leído, todo lo que había preguntado, todo lo que había amado. Vio a sus maestros, a sus padres, a los versículos que aún no comprendía… y los entendió. Todo el conocimiento que había explorado y había tratado de encontrar estaba allí en un solo segundo. Y todo su cuerpo y su alma se hicieron una . Y finalmente Sonrió. Cerró los ojos. Y se inclinó hacia atrás, como una hoja que cae sin ruido.Miriam no lloró de inmediato. El silencio era tan profundo que parecía sagrado. El aire estaba lleno del perfume de la rosa, que ya no era una flor sino un brillo de eternidad. Los sabios del pueblo dijeron que el rabí había partido en paz, llevado por la belleza, por la inocencia, por el gesto más puro. Y que su alma había ascendido envuelta en letras doradas, como un pergamino que se enrolla hacia el cielo.Dese aquellos dias su nieta Miriam, cada