¿Ha ganado Trump la guerra comercial?
La guerra comercial desatada por el presidente estadounidense, Donald Trump, tiene sus raíces en desequilibrios macroeconómicos que, según los expertos, no serán solucionados por los aranceles. Donald Trump ha vuelto a sacudir el tablero político internacional. El fin de la Segunda Guerra Mundial trajo un consenso internacional para reducir progresivamente las barreras comerciales. Ocho décadas más tarde, las decisiones tomadas avanzan en la dirección contraria. El 7 de agosto entraron en vigor aranceles de entre el 10 y el 50% en decenas de países. Con algunos de ellos se han firmado acuerdos que reducen la tarifa a cambio de un compromiso de adquirir más productos y a invertir en los Estados Unidos. En el Programa Especial de RFI nos hemos preguntado cómo la mayor economía del mundo ha llegado a un déficit comercial con el conjunto del comercio exterior y cómo ha pagado por ello. ¿Ha salido ganando Trump con su estrategia desde su retorno a la Casa Blanca? No es el comercio, es la macroeconomía El déficit de la balanza comercial estadounidense no es un problema comercial, sino macroeconómico: en la base del desequilibrio hay una relación inadecuada entre ahorro y consumo. Esta es la idea principal que defiende el economista italiano Paolo Guerrieri, autor del libro Sovereign Europe (2024) y profesor visitante en Sciences Po París. “Hace casi tres décadas que Estados Unidos registra un déficit en su balanza comercial. Los estadounidenses producen mucho menos de lo que gastan y han podido financiar este déficit de largo plazo gracias al dólar como moneda internacional: otros países invierten en activos denominados en dólares, en negocios estadounidenses o compran su deuda”, explica Guerrieri. Mientras tanto, China se encuentra en una posición diametralmente opuesta. “El mercado chino produce mucho más de lo que puede consumir, con una demanda interna muy débil”, continúa el economista. Es decir, Pekín necesita exportar sus productos al exterior para sostener su crecimiento y reforzar el poder de su moneda. También Europa —y en particular las potencias exportadoras del centro y el norte del continente— se encuentra en una situación similar, con un consumo doméstico europeo insuficiente. Su modelo de crecimiento se ha basado en la exportación industrial, que se beneficiaba de un dólar fuerte que encarecía los productos estadounidenses —mucho menos competitivos—, y que ahora se enfrenta a la amenaza del cierre de mercados. El déficit en bienes se compensa en servicios y con el dólar “Esta es la peor manera de solucionar el déficit comercial”, afirma Fernando Guirao, profesor de historia económica y catedrático Jean Monnet en la Universitat Pompeu Fabra. Guirao explica que Trump podría haber mantenido la apuesta estadounidense por los servicios de alto valor añadido y las nuevas tecnologías, sectores en los que sus empresas siguen siendo más innovadoras y permiten que el país registre una balanza comercial en servicios mucho más favorable. “El déficit comercial se compensa con un superávit en la balanza de pagos”, afirma. “¿Prefieres fabricar zapatillas deportivas o dominar el mundo tecnológico?”. Además, el dólar mantiene su poder omnipresente, lo que permite seguir financiando un déficit que crece año tras año. “El dólar es una moneda con la que puedes endeudarte prácticamente de manera indefinida. Es la divisa de confianza generalizada del sistema”, concluye el profesor. Trump cumple los objetivos estratégicos Ante la pregunta de si Trump ya ha ganado la guerra comercial, la respuesta de nuestros invitados coincide. Ha conseguido condicionar la política comercial a sus intereses geopolíticos, pero solo hemos visto el primer asalto. La cuestión es si los consumidores norteamericanos podrán sostener el incremento de precios que prevén que traigan los aranceles. “Que está consiguiendo lo que él quiere conseguir es posible, pero eso no es una victoria, es el fracaso más grande para los norteamericanos”, dice Guirao, que cree que Washington se sabotea a sí mismo. “La principal economía del mundo tendría que garantizarse el acceso a los mercados y no hacer lo contrario, como está haciendo.” “No hay duda de que los elevados aranceles de Trump se reflejarán parcialmente en el precio de los productos estadounidenses y, por lo tanto, en el bolsillo del consumidor estadounidense. Es sólo cuestión de tiempo”, dice Guerrieri. Si bien es cierto que Trump ha conseguido firmar acuerdos aparentemente beneficiosos con la Unión Europea, Reino Unido, Corea del Sur y Japón, que le prometen inversiones y la compra de determinados productos, la duda permanece en su ejecución. De momento, en Europa el centro de estudios Institute for Energy Economics and Financial Analysis (IEEFA) ya ha levantado la sospecha del compromiso europeo de gastar 750.000 millones de dólares en energía estadounidense, lo que consideran “poco realista” e “improbable”. Europa, incapaz de liderar El problema fundamental es que el resto del mundo ha cedido ante las débiles relaciones bilaterales propuestas por Trump, defiende el profesor Guirao. “Aquí es donde la Unión Europea tenía una responsabilidad, que lleva mucho tiempo arrastrando los pies y debería haber anticipado este fenómeno”. “El mercado europeo debería ser el mecanismo de compensación frente a la arbitrariedad norteamericana. El acuerdo con Mercosur ya debería estar ratificado, pero no es así. Este es el gran fracaso europeo”, añade. Por su parte, Guerrieri coincide en señalar la necesidad de mantener los mercados abiertos para evitar una recesión global. “El superávit comercial de China representará un desafío para muchos otros países. Es evidente que Pekín ya no encontrará una forma fácil de acceder al mercado estadounidense. Por lo tanto, buscará nuevos mercados en Latinoamérica, Asia y Europa, lo que podría ser la fuente de la expansión de políticas proteccionistas fuera de Estados Unidos”, afirma el economista italiano. El multilateralismo está roto Si algo queda claro es que no existen mecanismos de cooperación para afrontar las amenazas que llegan desde Washington. Un imponente edificio delante del lago Leman, en Ginebra, representa mejor que ningún otro sitio ese fin de época del que nos hablan Guirao y Guerrieri. Con 1.300 ventanas y más de 2 kilómetros de pasillos, esta es –desde hace treinta años– la sede de la Organización Mundial del Comercio. En esta fortaleza del comercio internacional trabajan 600 personas de 90 estados distintos. Su principal misión es mediar disputas comerciales entre países de acuerdo al derecho internacional. Sin embargo, en el año 2019 la primera administración Trump bloqueó la renovación del Órgano de Apelación, responsable de emitir fallos vinculantes y decidir sanciones en caso de incumplimientos del derecho comercial. Desde entonces, la organización no puede resolver la decena de disputas que le llegan cada año de los países miembros. El gobierno de Estados Unidos acusa a la organización -ya desde la época Obama- de favorecer a los países en desarrollo, a quienes el acuerdo alcanzado hace treinta años daba un trato preferencial. Pero nunca se había ido tan lejos. Biden mantuvo el bloqueo de la primera administración Trump y, en su segundo mandato, el actual presidente ha desatado de nuevo una guerra comercial contraria a los acuerdos de los que aún son parte, sin apelar a unas condiciones de excepcionalidad ni proporcionar excusas a Ginebra. La complejidad de la reforma El embajador de Noruega ante la OMC, Petter Ølberg, es uno de los hombres responsables de la reforma de esta entidad. Ølberg reconoce ante los micrófonos de RFI la dificultad de cambiar el rumbo en Ginebra. “Dos tercios de nuestros miembros son países en desarrollo, pero los más grandes en términos comerciales son países desarrollados. Lograr el consenso no es fácil. Nos hemos embarcado en este proceso porque la gente está comprendiendo que la forma en que la organización ha estado trabajando no funciona”, afirma quien fuera presidente del Consejo General de este organismo hasta el pasado febrero. “No hemos podido tomar decisiones importantes en los últimos años. Siendo honestos, muy pocas en los últimos 20 años”, continúa Ølberg. Una situación crítica desde el fracaso de las negociaciones de Doha, pero que ahora se agrava. “Desde que Trump asumió el cargo, ha cambiado las reglas del juego. Ahora dicen que el sistema que teníamos, la OMC y las normas multilaterales, ya no funciona. Los aranceles contradicen la idea misma de la OMC”. Conclusiones del “primer asalto” Los expertos consultados para este reportaje coinciden en señalar que las consecuencias serán negativas para la economía estadounidense y la global. Según ellos es aún poco claro si los aranceles permanecerán en el tiempo o la Casa Blanca hará marcha atrás y volverá a la política exterior que ha defendido en los últimos ochenta años. Lo cierto es que -sin embargo- Trump ya ha dado un vuelco a los ingresos ante un déficit en el presupuesto de los Estados Unidos que no para de crecer. Mientras ha aprobado una reducción histórica de impuestos, los ingresos arancelarios del Gobierno estadounidense se han disparado. En junio de este año ascendieron a 28.000 millones de dólares, el triple que en el mismo periodo del 2024, según datos oficiales del Tesoro estadounidense. Una de las preguntas que quedan para responder es si el nuevo orden presupuestario será adicto a esos ingresos para rebajar la deuda. También si los compromisos alcanzados con la Unión Europea llegarán a buen puerto y si los consumidores estadounidenses asumirán el incremento de precios que predicen los economistas. Los expertos coinciden. De permanecer en el tiempo, los aranceles podrían implicar un cambio de época definitivo en el sistema económico internacional. El orden multilateral que ha reinado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se tambalea una vez más. Ahora, en la Casa Blanca, se hacen negocios país a país.